miércoles, 22 de octubre de 2008

Sin más

Hace algunos meses, me hicieron un encargo difícil de satisfacer. Debía escribir una carta de amor. De corazón a corazón, de razón a razón. Al principio dudé, pues no es fácil escribir de amor cuando la inspiración y el mismo sentimiento se han ido no dejando ni tan siquiera muestras de haber estado en algún momento.

Pensé y pensé. Gasté neuronas, muchas. Gasté papel, tinta, pero no había manera. Hasta que un día, sin previo aviso, apareciste cual ángel caído. Me dedicaste la mirada más tierna y la sonrisa más bonita que yo había visto en mi vida. En ese instante todo cambió. Cogí el papel y hablaba solo. Las palabras salían como el cauce de un río a punto de desbordarse. Avanzaba por esa magnífica carta y estaba sedienta de ti. No podía parar de escribir ni tú parar de leer. Supuse que era el comienzo de una bonita historia, con carta de amor incluida. Supongo que lo fue. A pesar de mi inspiración me di cuenta de un triste detalle. El escrito era demasiado personal. Hablaba de nuestros momentos, de nuestras caricias. De lo que sentí la primera y la última vez que te vi. Hablaba de cuerpos y de pieles fusionadas. Me dí cuenta de que no podía vender mis palabras (o tuyas) por cuatro monedas de oro. No podía vender mi historia por más que necesitara ese trabajo.

Cuando llegó el momento final, el momento en el que tenía que entregar el manuscrito, sólo se me ocurrió una cosa, y escribí en él:

“Si no hay amor, no hay manuscrito, y si lo hay, el papel hablará por sí sólo.”

Pensé que sería mi fin, que mi carrera como escritora se había acabado, pero a los pocos días me llegó una carta en la que ponía en letras decorosas:

“Gracias por hacerme sentir, vivir y gracias sobre todo por hacer hablar a mi papel.”

De repente sonreí y el mundo se desvaneció.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Crisis

Estamos sumidos en una profunda y verdadera crisis, aunque no sólo financiera, que también. La crisis que nos posee es la de la falta de ideales y la falta de sueños. Lo que conlleva, no sólo un vacío emocional muy grande sino también la dejadez: el dejar de luchar por lo que de verdad importa, el darlo todo por hecho sin importarnos el futuro, que tan prometedor debería ser.
Así perdemos, ni más ni menos, las esperanzas que deberíamos tener como animales racionales. Pero ya veís... animales, ni más ni menos.

Hoy aprendí, en una de esas fantásticas clases que han ocupado la mitad de mi tiempo, que sin el buen planteamiento del problema, la búsqueda de soluciones se hace una tarea prácticamente imposible. Por lo tanto, carecemos de solución inmediata para el problema (quizás mal) planteado.

Yo propongo algo: dejarnos volar por el paraíso de vez en cuando y conservar, cuando despertemos, la flor que cogimos en el Edén, para cerciorarnos de que estuvimos allí, flotando entre naturaleza y seres fantásticos.

Supongo, que como buena manzana prohibida, los ideales me persiguen y las ilusiones se hacen con cada minuto de mi día a día. Pero ¿qué se le va a hacer? Hay que vivir de algo más que de aire... Y yo, no me conformo con poco.