martes, 10 de febrero de 2009

Arte

Entramos sigilosamente para no despertar a Dante, su gato, que dormía cerca de un intento de radiador. Entramos despacio y sin tocarnos, porque sólo éramos amigos, y no podíamos sucumbir al desmadre de las pasiones dejándolas volar por todo el ático.

Era tanto su casa, como su estudio. O quizás era más su estudio que su casa, porque había cama, sí, pero estaba repleta de bocetos de mujeres sin cara. Cuerpos desnudos entregados, sin una mueca que reconocer en esa lánguida esfera.

No había paredes, había plenitud en el vacío. Sólo una habitación, un pequeño cuarto de baño, donde se aseaba cuando no tenía nada mejor que hacer. Porque era un bohemio, sí, de los buenos.

- Come lo que quieras - me dijo entre susurros - en el frigorífico encontrarás algo.

Pensé que lo único que quería comerme era a él, en un banquete desenfrenado, pero me contuve. Fui a la cocina y me reí. Dante pegó un salto y se dirigió al sofá mirándome con inseguridad. Vale, fue más que una risa, una carcajada, pero inevitable, sin duda. Lo que me encontré en la cocina me reafirmó en la convicción que tenía de que sin duda mi amigo, era un bohemio encantador. Ceniceros repletos, de colillas y punta de lápiz. De esa que huele tan bien y te transporta a primero de primaria, cuando trazas tu primer abecedario. También había café, mucho café por todos sitios. Café vertido en la encimera, café en la cafetera, café en tazas semivacías, café en el comedor de Dante.Por todos sitios. En el frigorífico encontré un paisaje no menos gracioso a la par que desolador. Cervezas y patatas fritas. Sí, ¡Patatas fritas! Dejé el hambre para después y me acerqué a ver sus cuadros.

Me enseñó cosas fascinantes y extraordinarias. No entendí algunos repletos de odio, pero la pasión se desbordaba en cada pincelada. Me gustó. No tenía televisión, por lo que decidimos tomarnos un par de cervezas sentados en el sofá, observando su obra y hablando de planes metafísicos de futuro. Un par de cervezas llevaron a otro par, y como no, se rompió la barrera de lo físico. Entrelazábamos nuestras manos y nos abrazábamos en la mínima oportunidad. Nuestra piel ardía, pero nuestra mente nos repetía una y otra vez, que eso era lo último que tenía que pasar.

Pero una vez más, pudo el arrebatado conjunto de sentimientos, y las fantásticas vistas que podíamos observar desde su ventana. Me llevó de la mano junto a la cama y me enseñó los bocetos de mujeres sin cara.

- ¿Porqué no tienen cara? - pregunté, no sin sentirme un poco ridícula.
- Porque todas esas mujeres es una única mujer. Con la que quiero dormir cada noche y al lado de la que quiero despertarme cada mañana. Pero no soy capaz de dibujar tanta belleza en un lienzo. No tengo el poder en las manos, ni soy el escultor de la perfección. Lo siento, pero no puedo dibujarte, eres demasiado para mis humildes trazos.

¡Oh no! No pude contenerme más, tuve que besarle, porque este poeta me tenía loca. Mi cuerpo había alcanzado tal grado de calor, que pensaba que moriría de una extraña fiebre en unos momentos. No fue así, aunque sí morí un poco. Nos abalanzamos el uno sobre el otro y caímos en la cama repleta de mujeres sin cara. Fue una lucha incansable que duró hasta que los primeros rayos de luz entraban por la ventana. Nos dormimos, exhaustos, sólo teníamos fuerzas para abrazarnos. Duró hasta que Dante se despertó y quiso dormir a nuestro lado, separando nuestros cuerpos que parecían ser un solo individuo.

Nos vestimos y tomamos café, que era lo único que sobraba en aquella casa.
Recorrimos todos los rincones queriéndonos un poco más cada instante. Me enseñó a querer sin reparos y a vivir emociones que creía olvidadas. Supongo que fue más de lo que nunca hubiera imaginado. Me sentí viva por una vez. Y me gustó sentirme acariciada por el sol que entraba por su ventana.

¡Como le quise!

1 comentario:

kief dijo...

bueno el texto anita, olé! me gusta la historia, ahora precisamente ando buscando un estudio de similares características aunque con menos colillas. Un beso :)